¿Eugenesia en el siglo XXI?
- DR. BARY G. BIGAY MERCEDES
- hace 6 días
- 2 Min. de lectura

La palabra eugenesia suele despertar incomodidad. Es un concepto históricamente cargado, asociado con episodios oscuros de la humanidad. Y, sin embargo, vuelve a aparecer —como espectro o promesa— cada vez que la ciencia avanza en el terreno de la genética.
Eugenesia fue el segundo tema que me prometí abordar en estos artículos, no sólo por su relevancia científica, sino también por sus implicaciones éticas, sociales y filosóficas.
Históricamente, el concepto de eugenesia ha evolucionado desde una idea abstracta en la filosofía griega —presente en los diálogos de Sócrates y Platón— hasta su formulación concreta por Francis Galton en el siglo XIX. Galton, primo de Charles Darwin, fue quien acuñó el término con la intención de “mejorar” la especie humana, aunque en su contexto, más que una cuestión biológica, era una propuesta social frente a los problemas de la Inglaterra victoriana.
Pero lo que comenzó como una propuesta científica terminó siendo adoptado por regímenes y sociedades como Estados Unidos, Alemania y Francia, que lo convirtieron en política pública con consecuencias trágicas. La eugenesia fue parte del ideario que justificó esterilizaciones forzadas, exterminios y la segregación de pueblos enteros. Las heridas de ese pasado aún están abiertas.
Paradójicamente, de aquellas experiencias surgieron también reflexiones fundamentales: el reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos, los debates sobre anticoncepción y, más recientemente, el desarrollo de la genética moderna y tecnologías como CRISPR-Cas9.
Ciencia, conciencia… ¿y control?
Hoy la ingeniería genética ha dado pasos agigantados. Podemos identificar mutaciones responsables de enfermedades incompatibles con la vida, pero también variantes relacionadas con condiciones comunes como el asma o las hemoglobinopatías.
Un caso ejemplar es el de Chipre, donde las autoridades adoptaron estrategias para reducir la incidencia de talasemia: desde análisis genéticos prematrimoniales obligatorios hasta la posibilidad legal de interrumpir un embarazo tras un diagnóstico de esta enfermedad. Estas políticas, aunque polémicas, nacen del deseo de prevenir el sufrimiento —pero también nos obligan a preguntarnos: ¿a qué precio?
El concepto del “buen nacer” está profundamente arraigado en nuestra psicología. Incluso podría interpretarse como un mecanismo de selección natural, como sugería Darwin: la búsqueda inconsciente de la “mejor pareja”. Pero cuando ese instinto se traslada al laboratorio y a la política pública, aparece la pregunta incómoda: ¿debemos nosotros decidir quién debe nacer y quién no?
¿Dejar hacer a la ciencia?
Hoy, la ciencia nos ofrece herramientas para “corregir” el genoma, para eliminar enfermedades antes de que se manifiesten, para diseñar —potencialmente— seres humanos más fuertes, más sanos, más “aptos”. ¿Es esto una evolución acelerada? ¿Una especie de “Dios en la máquina”?
Es legítimo preguntarse si deberíamos usar estas herramientas con la intención de dirigir la evolución de la especie humana. ¿O deberíamos, por el contrario, permitir que el azar, la selección natural y la diversidad sigan su curso, aceptando la imperfección como parte de lo humano?
La edición genética nos enfrenta a una encrucijada ética: una oportunidad para aliviar el sufrimiento, pero también una tentación de control absoluto sobre la vida. ¿Dónde trazamos la línea entre la prevención y la manipulación? ¿Entre el cuidado y el perfeccionismo genético?
Quizá, como humanidad, aún no estemos listos para responder. Pero debemos hacer la pregunta.
Dr. Erick Chaer
Komentáře